miércoles, 28 de septiembre de 2011

Bolivia

Mucho antes de que las dulces mujeres sin sonrisa
pasaran con sus faldas de colores y sus mantas espléndidas
y con esos oscuros sombreros diminutos;
mucho antes de que los niños miraran desde el polvo,
el mar se abrió y las rocas sepultadas se alzaron,
llanos de sal se hundieron en el cielo,
y roca a roca y pliegue a pliegue y siglo a siglo,
ascendió ardiendo en rezo la piedra torturada
y el cielo del diluvio la llenó como un cántaro.

No fuimos invitados al relámpago.
De ese fragor ninguno fue testigo.

Algo fijó las rocas titánicas, sin árboles,
alguien trazó este llano polvoriento en el cielo
y sobre el yermo, a solas,
dictó esas cumbres blancas, los palacios helados,
cuya forma esta tarde le dio envidia a la luna.

Allá arriba yo vi dioses dormidos,
torsos de piedra, pechos de glaciar, seres pánicos
que besa y gasta el viento,
allá arriba, en el vuelo de la luz, en el grito
del enemigo terrestre.

No hay bestias, no hay jardín, no hay amor, no hay pupilas,
sólo hay un duro, frío, vasto, verde silencio
que un terso cauce anula,
y arenales sedientos quebrantan los cañones.

Es domingo, y el agua muestra al Perú a lo lejos,
el agua nada sabe de esas fronteras mágicas
que inventó nuestro miedo,
y tal vez las dos alas de esa gaviota en lo alto
se apoyan cada una en un país distinto,
y una misma ciudad de piedra y oro miran
las moteadas truchas en el fondo del lago.
(…)

Mañana no habrá azul en las pupilas,
mañana miraremos las ciudades fantásticas
que se van descolgando del cielo y cubren vivas
los cañones desiertos,
mañana anudaremos las barriadas geométricas,
el fango ruin escalonado en palacios,
las altas calles turbias que la blancura espía.

Dondequiera que vayas los dioses te vigilan,
asoman dulcemente sus duros rostros blancos,
te siguen hasta el vértigo del cañón polvoriento
donde entre puentes y arcos la urbe gira y se esconde
para reaparecer disgregada en la hondura.

No serás la ciudad, pero con sus cornisas
tejerás en tu sueño nuevas zonas de tu alma,
sabrás por qué hay en ti tiempos sedientos
y empedrados caminos hacia amores que ignoras,
sabrás de qué manera el polvo es hielo
y el mar es piedra y la ebria luna es sangre.

Y el país dará forma a tierras íntimas
que debes inventar con el barro de tu alma,
te enseñará el tesoro que se esconde en los bosques,
abrirá minas hondas con cielos en su entraña.
y hará de tu memoria un abismo que cambia
de sol a sol, de instante a instante,
y te dará el consuelo feroz de ser quien eres
como la piedra es piedra, como la luna
es sangre.


En el panorama de la literatura colombiana, Ospina ocupa un lugar central

El colombiano William Ospina (Padua, 1954) practica con igual fortuna la poesía, la novela y el ensayo. En 1982, con un ensayo sobre su compatriota, el poeta Aurelio Arturo, ganó el Premio Nacional de este género. Cuatro años después, en 1986, debutó como poeta con Hilo de arena. En este mismo género, su libro El país del viento le hizo acreedor al Premio Nacional de Colombia en 1992. Su trabajo en verso ha sido reunido por la editorial La otra orilla el 2008 bajo el título lacónico de Poesía. Su primera novela es Ursúa (2005) a la que siguió, a la manera de una saga sobre la conquista, El país de la Canela, Premio Rómulo Gallegos 2009. A propósito del libro en preparación al que pertenece el poema que se publica aquí, Ospina ha dicho: “Dejar un testimonio de asombro y gratitud por la opresiva minuciosidad de cada minuto, eso podría ser la poesía. Pero un solo minuto nos excede y, como decía Hölderlin, faltan nombres sagrados”.

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