domingo, 14 de octubre de 2012

Un vecino togado (II)

Llevó el auto a su casa,
mas lo primero… ¡primero!
nada de andar muy ligero
ni dar vueltas a la plaza.

Recorre las cinco cuadras
en casi veinte minutos
y molesto, un perro chuto,
lo sigue ladra que ladra.

Para cruzar una esquina,
pensando en el caminante,
le da de lo más tonante
a la potente bocina.
Sin novedad llega a casa
y diligente el togado,
don aires de fatigado
con saliva el auto engrasa.

Usa en seguida su aliento
para dar al auto brillo,
un trabajo muy sencillo
que terminó en un momento.

Trabajo que, ¡la gran siete!,
lo dejó desconsolado,
porque sintió apenado,
descolgarse sus cachetes.

Mas tenía el auto en casa
y era eso realidad,
gozó su felicidad
y en auto volvió a la plaza.

Tuvo aún cinco salidas
al frente de su volante
presumiendo de elegante,
chocho el varón de la vida.

La alegrìa no fue tanta
pues una mañana cualquiera,
de qué modo o manera
se le pincharon dos llantas.

Maldijo en diversos idiomas,
se puso enfermo y malo,
¡Compraré ruedas de palo
pues no sirven las de goma. (Sigue)

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