martes, 30 de abril de 2013

El último brindis

El último brindis

Yo brindo por la casa arruinada,

por la vida que sufrí,

por la soledad a dos llevada,

y también por ti –



por la mentira de labios traicioneros,

por tus ojos fríos de muerte,

por el mundo cruel y grosero

por Dios que no asignó la suerte.

La sombra



¿Qué conoce esta mujer

de la hora de la muerte?

Ossip Mandelstam



Siempre la mejor vestida, la más rosada y alta,

¿por qué emerges del fondo de los años hundidos

y el recuerdo rapaz lo columpia y me asalta

tras el cristal del coche con tu perfil bruñido?



¡Cómo se disputó una vez – si eras ángel o ave!

Una vez el poeta te llamó "tallo de los veranos".

A través de tus negras pestañas, sobre todo suave,

se esparció la luz tierna de tus ojos darjalianos.



¡Oh sombra! Perdóname, pero el tiempo que esclarece,

Flaubert, el insomnio y las lilas tardías,

A ti –hermosa de los años trece–



y tus días sin nubes, indiferentes días,

me han hecho recordar… Pero esta especie

de recuerdos, oh sombra, no va a la cara mía.

En la realidad



Y se fue el tiempo y el espacio se fue,

y de la noche blanca vi todo a través;

los narcisos en cristal en tu mesa,

y el humo azul del cigarrillo,

y aquel espejo, donde como en agua tersa,

ahora te reflejarías en su brillo.

Y se fue el tiempo y el espacio se fue…

Y que tú ya me ayudes tampoco puede ser.



En el sueño



Negra y honda separación

yo junto contigo tengo.

¿Por qué lloras? Dame tu mano, mejor,

promete que no volverás en el sueño.

Yo contigo como un monte y otro monte…

Tú y yo sin encuentro en este mundo.

Solo que tú en el momento de la medianoche

a través de una estrella me envías un saludo.

El poeta



¡Piensas que es esto trabajo –

esta vida despreocupada!:

escucharle a la música algo

y decirlo tuyo como si nada.



Y el ajeno scherzo juguetón

meterlo en versos mañosos,

jurar que el pobre corazón

gime en campos luminosos.



Y escucharle al bosque alguna cosa

y a los pinos taciturnos ver

mientras la cortina brumosa

de niebla se alza por doquier.



Tomo lejos a mi vera

–sin sentir culpa a mi turno–

un poco de la vida artera

y el resto al silencio nocturno.

Visita nocturna



Todos salieron y ninguno volvió



En un asfalto por las hojas ya jalde

no habrás de esperarme.

Yo contigo en el adagio de Vivaldi

volveré a encontrarme.



Otra vez serán las candelas amarillo-parco

de sueños embrujadas,

mas no preguntará cómo entraste el arco

de noche en mi morada.



Pasarán en un mudo gemido de muerte

estas medias horas,

Leerás en la palma de mi mano la suerte,

cosas encantadoras.



Y entonces tu angustia, que fatal

destino se ha tornado,

te alejará sin duda de mi umbral

o un oleaje templado.



La mujer de Lot



Pero la mujer de Lot miró hacia atrás

y se convirtió en una columna de sal

Génesis



Y el justo siguió al enviado de Dios.

enorme y luminoso por el negro monte.

Pero alto a la mujer el ansia habló

No es tarde, puedes aún mirar al horizonte:



las rojas torres de tu natal Sodoma,

la plaza en que cantaste, el patio donde hilabas,

las ventanas vacías en la casa que asoma,

donde al amado esposo hijos dabas.



Y miró y, paralizada de un dolor mortal,

sus ojos contemplar ya no pudieron;

y su cuerpo se hizo de transparente sal

y sus ágiles pies en la tierra crecieron.



¿Quién por esta mujer irá a llorar?

¿No es ella la menor de las pérdidas dadas?

Solo mi corazón no va a olvidar,

a quien la vida entregó por una mirada.



Cómo iba a saber cuando de blanco vestida

a mi estrecho refugio las musas llegaron,

que en la lira para siempre empetrecida

mis manos vivientes aquéllas posaron.



Cómo iba a saber cuando jugando

la última tormenta por mi alma venía,

que al mejor joven sollozando

los ojos aguileños cerraría.



Cómo iba a saber cuando, del éxito cansada,

del admirable destino tenté la suerte,

que pronto la gente reiría despiadada

en respuesta a mi suplicar ante la muerte.

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