martes, 16 de julio de 2013

La Paz: hombres y mujeres

Una canción homenaje a Alonso de Mendoza, fundador de La Paz, y un tema épico que describe la llegada del Libertador Simón Bolívar a la antigua Chuquiago Marka abren este breve homenaje a algunas de las figuras fundamentales de esta ciudad.

Jaime Saenz y la bohemia de Felipe Delgado y la Tía Núñez, el personaje más simpático de la cotidianidad paceña de los años 40 y 50, completan esta propuesta poético nostálgica.



Memoria eterna

“Garrobilla Badajoz / parió un niño aventurero / bautizado por el clero / fiel, rebelde a viva voz. // Al igual que Hernán Cortés / la aventura más penosa, / don Alonso de Mendoza / puso en tierra sus dos pies. // Cruzó monte hacia la luz / cabalgando su caballo / vistió galas, vistió sayo / y encontró aquí la luz. // Los metálicos hispanos, / los indios a flor de piel / probaron juntos la miel / un instante ser hermanos”.



A tiempo de fundarse la ciudad de Nuestra Señora de La Paz fue plantada una cruz para dejar establecido su carácter de población cristiana. A su lado, una picota como símbolo representativo de la autoridad y el cumplimiento de la ley.

Así la ciudad nació con olor a pólvora. Este olor a pólvora y este gusto por las batallas estaba destinado a perdurar; pues lejos de ser un pueblo de paz, fue siempre un pueblo de guerra, belicoso y batallador.

Las casonas coloniales se construían de un piso o de dos apenas con paredes de adobe y techo de teja. Tenían dos patios que parecían plazoletas con corral al interior. El frontis tenía cuatro o seis ventanas de balcones cerrados con puertas de naranjo o cedro. El empedrado era de guijarros con su canal abierto para el arrastre de las inmundicias en caso de que lloviera.

La Paz tenía el encanto de sus calles, cuyo trazado obedecía a la estética sentimental del azar y a la geometría pintoresca del capricho de los siglos. Viejas casonas con aire conventual y rejas con filigranas de hierro, residencias señoriales de factura colonial labradas con piedra de sillería, casas solariegas de rancio abolengo español, en las cuales los alarifes castellanos pusieron la inspiración de su arquitectura renacentista, barroca y plateresca, allá, los indios dejaron la huella de sus esfuerzos en el encaje ornamental de las piedras talladas a cincel.

Las famosas y empinadas calles de La Paz fueron para su pueblo, el camino de su calvario y también de su gloria.



La entrada de Simón BolívarCuatro notables alturas dominaban la ciudad: Munaypata, o la altura del amor; Cusipata, o altura de la alegría; Hulquipata, región de Santa Bárbara, y Laykhapata, zona del tambo de carbón. Bajando por la calle de las retamas estaba la calle de los zapateros.

Diego Calahumana salió de su casa en la calle de los zapateros y guió su henchido pecho a la calle empedrada por donde llegarán los libertadores.

Tiene noticias que vienen a paso lento cortando el frío del altiplano, tiene noticias que vienen a paso brioso por las orillas del lago sagrado. La ciudad está vestida de fiesta y florece sobre el manto de cal de sus paredes.

Las muchachas se asoman tras los visillos, los militares igualan los flecos de sus charreteras ensayando la voz de mando a la tropa, los doctores aguantan de pie el planchado de la levita. Todo está preparado para la llegada de don Simón Bolívar a este magnífico valle de Chuquiago Marka.



“La ciudad de las retamas, / con los ojos transparentes, / mira el camino de piedra / que trepa el cerro y se pierde. // El Illimani la cuida, / con el silencio de siempre, / los balcones asemejan /encajes que el roble teje, / las paredes de cal viva / blanquean el aire alegres. // Los zaguanes se conmueven, / hay un latido solemne, / las campanas de la plaza / anuncian que son las nueve”. //

“Ya veo su capa roja / sobre un gran potro de nieve. / Como buen criollo monta / segura briosamente. / Lleva una espada. / Su figura resplandece, / bajo el sol americano / como un rayo inteligente. // Yo me acerqué sigiloso / y le dije con voz tenue: / “Padre de la Patria mía / te haré un huayño que te muestre / con las botas siempre puestas / y el continente en la frente”.



No le digas, Jaime SaenzA la medianoche de ayer un hombre oscuro, de barba y abrigo negro, ha cruzado la plaza de Churubamba con dirección a la calle Condehuyo. Los perros percibían sus pisadas en los charcos, el silencio se rompía con el uhuu uhuu de la jurk’utas en las cornisas y se sentía el olor a tabaco negro.

El más viejo de los t’hirilleros decía con esfuerzo: “Estoy sintiendo que Don Jaime no está con nosotros”. Eso no ponía en duda la presencia de una botella con singani de Luribay que todos los presentes libaron a la salud del ausente.

Al día siguiente, el portero del Tambo Quirquincho encontró su sombrero blanco colgado de una aldaba. Adentro, metido en el forro, un papel donde estaba escrito: “Debo ir a Tipuani a lavar oro y a Sorata a buscar lirio”.



“Si te encuentras con la Ninfa, / no le digas que he llorado, / dile que en los ríos me viste / lavando oro para su cofre. // Si te encuentras con la Trini, /no le digas que he sufrido, / dile que los campos me viste / cortando lirio para sus trenzas. // Si te pregunta la Flora, / acordándose de mí, / no le digas que me has visto, / no le digas que la quiero, /en un rincón del olvido, / no le digas que le espero”.



La Tía Núñez“Infaltable en la retreta del domingo /Adrianita con su traje de ilusión / ocultando el maquillaje en su abanico / y en el ala del sombrero un gran rozón. // Lleva el guante perfumado con retamas / y saluda a la elegancia y distinción / guiña el ojo coqueteando a quien la ama / por darle destinatario al corazón”. (') //

“Mientras suena la guitarra en serenata / el espejo la refleja en doncellez / salen fotos, cartas flores de petacas / y ella extiende en su alcoba su vejez. // Esta es la mujer que un día / quiso ser la novia vestida de tul / la que ahogada en ilusiones / sufrió la tortura de la vil traición”.

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