miércoles, 7 de agosto de 2013

El más bello poema a la virgen de Copacabana

El poema más bello que se haya consagrado a la Virgen Morena del lago sagrado de los incas es decir el Titicaca no ha sido compuesto por ningún poeta boliviano o peruano, aymara ni quechua (salvo que me equivoque en cuestión de gustos y disgustos), sino nada menos que por uno de los más destacados vates chilenos de todos los tiempos.

Un día cualquiera al todavía novato juglar, se le ocurrió casi ritualmente acudir ante el lago navegable más alto del mundo, aprisionado entre cumbres nevadas, para ch’allar o “milluchar” (es decir bautizar) el primer ramillete de versos de su primera cosecha lírica…

Lo primero que hizo al llegar al lugar, a fin de contar con una opinión autorizada puso los pliegos que portaba en manos de un amauta aymara, quien luego de leerlos cual si se tratara de un manojo de hojas de coca en las que acostumbra vislumbrar el futuro, le dijo: …“poeta por qué cantas a la lluvia, ¡Haz llover!”…

Y sin proponérselo siquiera, la inesperada respuesta hizo brotar en él un nuevo torrente de poesía. Al parecer los Achachilas del Ande y la Pachamama misma lo habían colmado de bendiciones, pues el vate ofrenda su estro a la Madre de las aguas del Titicaca...

El vanguardismo que el poeta emplea para plasmar el retrato literario de la Madre celestial, con una mirada estereoscópica de espejo trizado en las múltiples e innumerables facetas en ojos de una libélula, de alguna manera nos recuerda al impulso que en terreno netamente plástico anima a Dalí en su “Leda atómica” o, mejor, en la “Virgen de la Roca” de manera más precisa y dos versiones diferentes.

En otras disciplinas estéticas, su afán se puede equiparar a la pieza musical que Jhonn Cage compuso únicamente con zumbidos de abejas, o los destellos que consiguió arrancar en melodías el dinosaurio de la música concreta Stockhausen, en el concierto que presenciamos en Brasil a invitación impagable de su amigo Haroldo de Campos.

Un intento insólito en la danza, lo abordaría la hija de mismísimo Stockhausen interpretando vestida de arlequín pases al estilo “la danza de los cisnes”, pulsando entre los dedos los hoyuelos de una flauta en intento de interpretar los sonidos del silencio a través de cadenciosos movimientos.

Pero, a fin de que el lector no piense que lo del poema es “puro cuento”, veamos lo que la virgen le dijo a aquel “pequeño dios” inventor de tan novísima versificación, en los momentos en que la

encontrara sentada sobre una rosa de inmateriales pétalos seguramente contemplando a Dios entre los astros:

“Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas, ¿ves los filamentos por donde corre la sangre de mi luz intacta?

Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad…

Soy la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias y soy la capitana de otras 11.000 que están en verdad demasiado restauradas.

Hablo una lengua que llena los corazones, según la ley de las nubes comunicantes.

Digo siempre adiós y me quedo. Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.

…Tengo tanta necesidad de ternura. Besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de neblinas intermitentes.

Mis miradas son un horizonte para el descanso de las golondrinas: …Amáme!

Me puse de rodillas en el espacio circular, y la Virgen se elevó. Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas”…

A estas alturas resulta casi innecesario decir que el inconfundible autor es Vicente Huidobro. Y fuera o no la Virgen de Copacabana quien le inculcara su intensa pasión por las letras, en manifiestos y escritos confiesa que la teoría del Creacionismo la compuso en aquella visita al Titicaca.

Como testimonio fehaciente de ello, en el poema augural de su primera recolección de versos, intitulado “Arte poética”, al rememorar lo que le dijera el anónimo poeta aymara, proclamar: “Oh poetas, por qué cantáis a la rosa/ ¡Hacedla florecer en el poema”…

Además, siendo chileno hasta la médula, en gratitud a la Virgo Titicaquensis escribió un alegato pro reivindicación marítima de Bolivia, por haberla encontrado recluida en aquel mar interior junto a millones de inocentes almas que la acompañan, mientras en la “Ciudad Maravillosa” (Río de Janeiro) e inclusive en la otra orilla del océano, antaño “la milagrosa Candelaria de Las Indias" fuera considerada cual sirena patrona y “Reina de los Mares”...

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