martes, 6 de agosto de 2013

Las claves del Comandante

Héctor Borda Leaño

(fragmentos)

Aquí estamos

como salidos de un pozo de tinieblas,

trabajando en la piel,

en el cuero rugoso de los tiempos,

en el cuero rugoso de los sueños,

trabajando en los hombres,

andando y manejando las viejas cicatrices,

descascarando las costras de la historia,

hiriéndonos las vísceras, hablándonos,

puliendo relatos antiquísimos,

puliendo tácticas y planes,

jadeando con asmas heredadas,

patinándonos el alma con muertes venideras,

con muertes que tienen una faz soleada,

que tienen un sol

de despavoridos dardos en los ojos,

con muertes fidedignas.



Aquí estamos,

Ñancahuazú de estacas,

de musgos y de algas,

de líquenes y libélulas,

de cañadones profundos,

de aguas insurrectas,

de estremecidos gritos

que se descuelgan de los ramajes

como nocturnas aves agoreras,

Ñancahuazú de mañanas, de tardes,

de sed, de humedad, de músculos envarados,

de pájaros heridos en el canto y las plumas,

Ñancahuazú en el norte

Ñancahuazú en el poniente,

Ñancahuazú cubriendo nuestra piel,

Ñancahuazú encorchando nuestra voz,

cubriéndonos los huesos con moho vegetal,

Ñancahuazú encubriendo los planes,

las cartas geográficas, las brújulas,

encubriendo estrategias,

los modos de caminar, los modos de mirar,

los modos de sorprender

el vuelo de las moscas

con manotazo airado.

Ñancahuazú como un verde caldero

de empecinados borbollones

disfrazando nuestra presencia en esta tierra.



Aquí estamos

fabricando de a poco nuestra faz guerrillera,

estamos en la manigua,

con manotazos y adjetivos,

con enormes yaguazas sobre el cuello,

con mosquitos, marigüis, garrapatas,

hundidos hasta el cuello en la humedad,

hundidos en un sopor de torpes filamentos,

cercados por los ramajes

y las lianas constrictoras,

cercados por un ruido de siglos

que filtran los follajes,

descubriéndonos todos

en el tono tonal de nuestra risa,

reconociéndonos todos en la mirada

y en la rabia profunda de la América

que llevamos a cuestas,

reconociéndonos todos

en las frustraciones y caídas,

reconociendo nuestra sangre

en la sangre irredenta del pueblo,

en la herida purulenta de la historia,

reconociéndonos

en el reflejo azul de nuestras armas.



Aquí estamos

cercados por un silencio a gritos misteriosos

que se descuelgan de los árboles

y reptan por los senderos y las picadas

como letales pukararas.

Estamos cercados por el silencio

que se traen en el alma

los compañeros bolivianos,

los pequeños, tan endebles,

tan marcados por latigazos seculares

tan silenciosamente duros,

tan cargados de tiempo,

tan de tiempo vestidos

tan de ancestro resecos,

tan de piedra la piel,

tan de arena los ojos,

tan de soles la sangre,

tan de viento el silbido,

tan imperfectamente guerrilleros,

plantando nuestros pies en esta tierra,

plantando nuestros huesos,

plantando nuestros sueños,

plantando nuestra voz,

plantando la semilla total de la victoria.



Andamos alumbrando las trochas de la selva

con el curcusí ardiente de la sangre,

andamos con la piel reseca,

con los cabellos, con los ojos,

con los tendones tensos,

andamos con los fusiles ,

andamos con el resuello dolorido,

andamos con la ternura en hombros,

andamos con las llagas del niño paramero,

con el asombro sin respuesta

del niño del Río de la Plata,

andamos con el niño agredido

en los cantegriles,

andamos con el niño marchito

de la favelas de Río de Janeiro,

andamos con los niños envejecidos

de la América india

que bordaron sus sueños

a la orilla del tiempo

con las viejas leyendas

de Kalasasaya y Pumapunku,

caídos hoy

en el silencio del dolor y el hambre.



Andamos con odio fidedigno,

llevando un odio vietnamita en las sandalias,

un odio aromado con perfume de pólvora,

recogido en los pedregales de Argelia,

en los arrozales de Vietnam y de Camboya,

en los arrabales

de las grandes ciudades irredentas.

Andamos llevando

en la comisura de los labios

un odio que lacera las carnes

del general eructante

y de su pequeño alcahuete que lo sirve

y que lo adula,

que le escribe discursos, que le tira del saco,

que le habla en la oreja

y le escoge la amante.



Aquí estamos

los tres, los cuatro, los cinco,

los seis, los siete,

todo el pueblo

con Pachungo, con Tuma,

con Arturo, con Braulio,

con Rolando, con el Negro,

con Bigotes, con Pombo,

estamos con el Inti, con el Coco,

con Marcos, con Ricardo,

escrutando en el día,

escrutando en la noche,

escrutando en el alma de la gente que llega,

bajando por el río de bramadoras aguas,

Ñancahuazú esculpiendo roquedales al norte,

Ñancahuazú trizando roquedales al sur,

Ñancahuazú llegando,

Ñancahuazú saliendo por un túnel

de ramas cubierto de silencio.



Aquí estamos

royendo el perfil de noviembre,

del calcañar al omoplato

hundidos

en la ardorosa matriz de Pachamama.

Nos rodea la América,

los broncos brazos

de los hombres de América,

de los desposeídos,

de los infamados,

de los hombres del pan duro,

de los hombres de la lombriz y la silicosis,

de los hombres de la soledad y el desamparo,

de los hombres de los pulmones

acosados por el odio,

de los carburos, la copajira y la dinamita.



¿Qué será de la victoria levantada

en pos de la palabra,

en pos de la sangre,

en pos de un destino estelar,

en pos aún del átomo perfecto

que de los sueños sube

incendiando la historia?

¿Qué nos dirán los hombres

de los escritorios,

de los paraninfos,

los que manejan las cartillas y las leyes

los que se lavan la cara todas las mañanas,

los que piensan amor y se tapan los ojos

sin mirar las heridas?

¿Qué nos dirán los cuerdos,

esos señores serios

que administran estatutos y folletos?

¿Qué nos dirán

apenas nos sorprendan con la voz

enronquecida de peligros?

Todavía la duda no ha vestido sus galas,

no han nacido crespones,

el aire no se ha roto con sacros misereres,

ni ha exaltado retinas

un desconocido incendio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario