martes, 3 de septiembre de 2013

La leyenda del quirquincho blanco


I

Los amables vecinos de Muyupampa lo llaman Tatú. Este animalito tiene que ser abuelo del quirquincho orureño, o el quirquincho será descendiente de algún hijo malnatural de aquél tatú muyupampeño, que buscando fortuna vino a dar con sus huesos en las gélidas areniscas altiplánicas.

II

Los muyupampeños lo creen carnívoro y cuentan de él que escarba las fosas de los cadáveres frescos para darse un banquetazo con los restos de alguna miserable humanidad. Lo que es una solemne mentira, porque la zoología lo conceptúa herbívoro y su alimento es igual al de ese pobre y mísero sabio vegetariano que “sólo se sustentaba de las hierbas que cogía”.

De la maledicencia paisana no se libra ni el tatú.

III

El tatú es la figura encantadora; ya dijimos que se parece al quirquincho, con la diferencia que su caparazón no tiene pelos que le crecen en la coraza de su pariente orureño y le dan la apariencia de una vieja barbada. La coraza del tatú es lisa, de color oscuro, generalmente ne-gro brillante, semejando un gigantesco pedernal.

Tiene fuerza extraordinaria y su defensa es cavar un túnel en instantes y allí esconderse del hombre, el que en mala hora para el tatú, se ha enviciado de su carne, a la que no se cansa de alabarla, diciendo que es blanca, mucho más que del pescado, sin fibrosidades, de exquisito sabor, superior al del cerdo tierno, que no necesita aderezos, cuando más un poco de sal para ser un manjar de dioses.

Y en las noches de luna llena, lo busca, le acecha, lo acorrla cobardemente con sabuesos y lo caza en las montañas, la selva espesa o los ríos de la pintoresca región de Muyupampa.

Esto con referencia del hombre al tatú.

Pero qué deuda hay que no se pague? El tatú tiene Justicia Mayor que tarde o temprano, cobra caro al cazador más atrevido. Nadie se ha salvado de su balanza y es inexorable su decisión.

IV

Dicen por esas tierras, que un buen cazador debe llevar

La cuenta del número de tatús que ha cazado. Nadie tiene sobre la tierra el privilegio de cazar tatús indefinidamente o hasta cuando le viniere en gana. Cada cual tiene reservada una cantidad fija de presas a obtener en su vida de cazador, de la que no se debe pasar un solo tatú más. Si lo hiciera, ¡pobrecito de él!, durante su próxima cacería, en un recodo del camino, o en un claro de la selva espesa, o cerca al manantial donde sacia su sed, se le presentará el indescriptible tatú blanco, en toda su grandeza de enjuiciador; de caparazón albo, solemne en sus pausados movimientos, gigantesco en su volu-men, humanamente imposible de ser cazado, ya que sus ojillos, ascuas amenazadoras, cuando fijan la mirada en los hombres, los pobrecillos de paralizan de terror, suplican, claman, lloran, y su petulancia de seres humanos invencibles se les va a las rodillas.

Es el tatú blanco que hace justicia a los suyos. El cazador que ha topado con él, es que ha infringido la creencia secular. Lo sabe y retorna a su casa, contrito, arrepentido, a despedirse de su familia, porque está seguro que morirá dentro de las veinticuatro horas siguientes.

V

Así cuentan la leyenda del tatú blanco los campesinos de Muyupampa, en las noches que se reúnen amigablemente alrededor de una fogata.

Lo que ignoran es de cómo el hombre puede saber cual es el cupo de cazador de tatús que le corresponde. Eso no me lo dijeron, y en horabuena, así el temor a enfrentarme con el tatú blanco, me impedirá cometer la crueldad de ser alguna vez cazador de este animalito.

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