martes, 29 de agosto de 2017

El amanecer

Pedro A. de Alarcón

Blando céfiro mueve sus alas,

Empapadas de fresco rocío:

De la noche el silencio sombrío

Algún ave se atreve a turbar.

Las estrellas, cual sueños se borran. . .

Sólo brilla magnífica una. . .

¡Es el astro del alba! La luna

ya desciende, durmiéndose, al mar.

Amanece: en la raya del cielo

Tenue brilla una cinta de plata,

Que, deshecha en flotante escarlata,

Esclarece la bóveda azul:

Y montañas y selvas y ríos

Y del campo la espléndida alfombre

Roto el negro capuz de la sombra,

lucen nieblas de cándido tul.

¡Es el día!. . . Los pájaros todos

lo saludan con arpa sonora,

y arboledas y cúspides dora

el intenso lejano arrebol.

El Oriente se incendia en colores. . .

Los colores en vívida lumbre. . .

¡Y por encima de la áspera cumbre

sale el disco inflamado del sol!

sábado, 26 de agosto de 2017

Lo mío

Por: Aníbal Abel Alarcón Caparroz

Lo mío encierra sutiles detalles

guardando memorias

destellos en brizas con ritmo de vida.



Lo mío, escribir por naturaleza tiene brillo

la magia alumbra…,

transitando rasgos en letras

buscando alcanzar la sublime belleza.



Maravilloso oficio me legó la vida,

memoria la mía de escritos unidos en armonía.

-Lo mío…, es lo mío-

sólo me queda ser como soy.



Un escritos empedernido

con tacto de poeta,

escribiendo en cada pedazo de cielo

e inspirado aún en días vacíos.

¡Ese soy yo!

martes, 22 de agosto de 2017

De la antología de fábulas de A. Calderón

Jean de La Fontaine (1621 – 1695)

Iba un muerto tristemente

a su postrera morada,

y alegre un cura ese muerto

a enterrar se apresuraba.

Conducían al difunto

en carroza funeraria,

empaquetado y vestido

de una ropa que se llama

ataúd, ropa de invierno

y de verano, que gastan

los difuntos, y que nunca

por otro vestido cambian.

Iba el párroco a su lado;

cual de ordinario, rezaba

salmos y jaculatorias

oraciones funerarias,

versículos y responsos,

preces y aleluyas santas:

–Dejadme hacer, señor muerto,

os daré de todas tallas,

pues que sólo del salario

en esta caso se trata.–

El buen cura con los ojos

a su muerto devoraba,

como si alguno robarle

aquel tesoro intentara;

y decirle parecía

con sus ávidas miradas:

–De vos tendré, señor muerto,

tanto en cera, tanto en plata,

y tanto que importar deben

otras menudencias varias.–

Una pipa de buen vino

comprar con eso pensaba;

cierta sobrina graciosa

y su camarera Paca,

era justo que tuviesen

de aquel fondo unas enaguas.

Era tan gratos pensamientos

vuelca el carro, el muerto salta,

y con el choque al buen cura

la cabeza desbarata;

el parroquiano de plomo

así a su párroco arrastra,

y se van cura y difunto,

los dos en buena compañía.

Es en verdad nuestra vida

como el cura que contaba

con su muerto, y como Petra

con su leche derramada.

martes, 8 de agosto de 2017

La jornada

Jesús Urzagasti, Gran Chaco (1941 – 2012)

Larga y aparentemente inútil es la jornada de los pájaros

breve y contundente la del que camina al borde del abismo

al final sólo quedan los cerros y las llanuras infinitas

la noche que se repetirá con sus inauditas floraciones

las trenzas de las muchachas en las siestas del verano

el mundo redondo y la tierra alumbrada por astros remotos

y el hotel de un ciudad lejana que alguna vez te albergó

sin medir las consecuencias de tu mirada de animal ciego.

Eso queda al final y la voz que no es la misma de antaño

y la historia como un árbol que crece bajo otras lluvias

y los caminos de bordes colorados para detener la locura

todo junto no alcanza para silbar y caminar por las calles

todo lo reunido cabe en la tos y en la campera aún mojada

todo en los tendones en la cabeza en los cabellos crecidos

en la guitarra que se desmorona entre molles y sauces

en la embriagadora brisa que sopla libre y fraternal

incluida la mano franca de tantas ausencias redimidas.

pero el que te soñó galopando como potro indómito

conserva la joya resplandeciente de las premoniciones

la mujer encarnada una y otra vez en el alba indecisa

la palabra que se parapetó en el silencio para hacer fuego

una y otra vez sobre las causas efímeras una y otra vez

hasta despertarte arrimado a la luz volando como un pájaro.

El árbol de la tribu